Vamos a abrir otro frente de reflexión sobre un tema quizás excesivamente pretencioso pues se trata del acto más importante en el ser humano: creer o no creer en Dios.
Me he metido en este berenjenal porque hay gente que lee en mis artículos mis alusiones permanentes a Dios y algunos que están de acuerdo en lo que escribo no lo esta en lo concerniente a la existencia de Dios.
Voy a intentar hablar de algo de lo que no soy digno, pero si puedo dar mi experiencia sobre el tema.
Tengamos en cuenta que la negación de Dios como ser supremo, creador de todo lo existente, es un concepto que el hombre de hoy prácticamente ha borrado de su ideología, pensamiento, conversaciones, emociones y por lo tanto de su vida. Unas veces porque la nueva doctrina surgida del Marxismo quiso borrar del mundo el concepto de Cristianismo, otras porque el razonamiento limitado de los científicos no han llegado al descubrimiento material de Dios, basándose en cálculos matemáticos, en formulas físicas o químicas, o quizás la mas importante en que el hombre del siglo XXI ha dado un salto involutivo de 360 grados y en su deformación retroprogresista ha vuelto al principio de su ser, en donde las palabras de Satanás resuenan lastimeramente por las conciencias del subconsciente humano “ SERÉIS COMO DIOS”.
Ese deseo frenético de ser dios, ha hecho que profesiones como políticos, médicos cirujanos, militar de alto rango, psiquiatras, filósofos, en un proceso de autoregeneracion de un posible conflicto interno de inseguridad personal, derive en una huida hacia la grandeza y la soberbia en donde los tarados de estas profesiones piensan que ellos son: Dios.
Los YOISMOS Y MIISMOS, de estas personas han creado un lenguaje que cualquiera que viene de vuelta de este tipo de retórica vislumbra nada mas ver escupir palabras por la boca de estos desastres sociales:” los homosexuales pueden engendrar, porque la mayoría de la cámara del Congreso lo ha dicho”; “ ¿ Tu sabes con quien estas hablando?”;” Yo tengo el poder sobre la vida y la muerte de los enfermos”;” a este hijo suyo lo que le pasa es que es esquizofrénico”; “ todo lo que no se ve es imposible que exista”; son frases de malos políticos, militares, cirujanos, psiquiatras y filósofos por este orden.
Queremos razonar la existencia o no de Dios a través del sufrimiento del hombre y oímos cosas como estas:
-“Si Dios existe, ¿porqué permite que suframos, a menudo de modo aparentemente injusto?” ¿Cómo armonizar su bondad con el dolor humano? Ha llegado a popularizarse la “lógica” de los ateos: “Si Dios es bueno y no acaba con el mal en el mundo demuestra que no es omnipotente. Si puede acabar con el sufrimiento y no lo hace, no es bueno”.
Particularmente sensibles a esta cuestión han sido los pensadores existencialistas (especialmente Camus).
El gran teorizante del anarquismo, Bakunin, llegó a exclamar: “Si Dios existiese, habría que destruirlo”.
Ciertas personas, muchas, después del Tsunami que asoló la zona sur de la India especialmente en Sri Lanka, decían: ¿Y Dios donde estaba en ese momento?
Resulta estremecedor el testimonio del judío Elie Wiesel (premio Nobel de la paz), quién a los dieciséis años llegó al campo de concentración nazi de Buchenwald el mismo día en que, al anochecer, su madre y su hermana eran aniquiladas en el crematorio: “Nunca olvidaré aquella noche… Nunca olvidaré aquellas llamas que consumieron mi fe para siempre”. Si a los horrores de Buchenwald y Auschwitz, añadimos la horripilante destrucción de Hiroshima y Nagasaki,…