SARGENTO DAVID KARNES: UN MARINE ENTRE ESCOMBROS. MILITAR Y HEROE ANONIMO DEL 11-S. Jorge Perez Blanca 09/11/2021

DEBIERA acuñarse una moneda de dólar con Manhattan en el anverso y Hollywood a la espalda, que son las imágenes del imperio, y a veces lo único que vemos, olvidando que el verdadero valor de lo americano está en el metal que los sustenta, o sea, en toda esa tierra comprendida entre Nueva York y California, llena de familias que recuerdan a soldados en todos sus ascendentes, en todas las guerras, capaces de hacer temblar a Europa sólo con nombrar el motín del té, que ningún imperio es fruto de la casualidad.

El caso es que en el 11-S borraron parte del dibujo de ese dólar, rasparon con aviones el perfil de las torres, dejando al descubierto el material del que está hecho la moneda, que además de hamburguesas y Coca-Cola contiene a gente como DAVID KARNES.

Cuando se paralizó el mundo, y contemplábamos en la tele el derrumbe de un tiempo, Karnes era consultor sénior de Deloitte&Touche en sus oficinas de Connecticut. Había dejado atrás más de veinte años de servicio en la INFANTERÍA DE MARINA, aunque no del todo, porque en su armario aún conservaba, limpio y almidonado, su uniforme de combate, en previsión de que llegaría un día en que tendría que volver a vestirlo.

En Porsche a la Zona Cero

El día, por supuesto, resultó ser ese 11 de septiembre. Mientras sus compañeros de oficina seguían mirando incrédulos la televisión, Kames, les advirtió del significado de lo que estaban viendo: “No os dais cuenta, pero estamos en guerra”. Avisó luego a su jefe de que no contara con él en una buena temporada, y sin más palabras dejó el trabajo para irse a la peluquería.

Nació en 1958. Sirvió durante 23 años en el Cuerpo de Marines de los EEUU, licenciándose como sargento de Estado Mayor. Tomó parte en la operación Tormenta del Desierto, y fue condecorado en aquella campaña, pero su reconocimiento como genuino héroe americano no llegó hasta el 11-S, cuando su determinación y su entrenamiento hicieron posible localizar y rescatar a dos de los policías atrapados en la Zona Cero. Después de aquello, volvió a los marines y sirvió en Filipinas y en Irak.

No es que quisiera estar guapo, sino que un marine no da un paso sin tener un plan, y el suyo era llegar has¬ta las torres y ayudar en lo posible. Sabía que no iba a ser fácil conseguirlo presentándose como un experto consultor de Deloitte, así que le pidió al barbero que le hiciera un corte militar, y una vez rasurado paró en su parroquia, rezó y pidió al reverendo y a los fieles que oraran para que el Señor le guiara allá donde fuese necesario. Quizá en la oficina, en la peluquería o en la iglesia, hubo más de uno que se sonrió -por dentro, claro- calificando sus palabras y acciones como exageradas o melodramáticas. Pero en ese mismo momento, dos agentes de Policía de Nueva York -MacLoughlin y Jimeno- no tenían motivos para reírse. Se les había caído encima todo el World Trade Center, estaban gravemente heridos, atrapados bajo toneladas de escombros, y la única esperanza que les quedaba estaba en ese momento vistiéndose su uniforme de sargento de marines, y bajando luego a su Porsche 911, un coche que también entraba en el plan, porque le quitó la capota para hacerse más visible en los controles.

Funcionó. La Policía dejó la vía libre al contemplar al sargento de marines que ellos pensaron- se dirigía a reunirse con su unidad. Sin nadie que se lo impidiera, al caer la tarde llegó a la Zona Cero. En muchos lugares se habían suspendido las operaciones de rescate, porque aquel amasijo de hierros todavía albergaba explosiones y agujeros difíciles de ver entre el humo y el pol¬vo que lo envolvía todo.

Karnes eligió una zona en la que no trabajaba nadie, y al poco tiempo encontró a otro marine -el sargento Thomas-, que había tenido la misma idea. Los dos recorrieron las montañas de escombros, repitiendo una sola consigna: “Marines de Estados Unidos, si nos oye, grite o haga ruido”. Uno de esos dos policías atrapados -Will Jimeno- les oyó. Con mucho esfuerzo fue capaz de golpear una cañería, lo suficiente como para que Karnes y su compañero también le oyeran. Los militares se pusieron en contacto con los equipos de rescate, y bajaron hasta el sitio donde estaban atrapados los policías, colaborando varias horas en la operación, hasta que consiguieron sacarlos. Durante el rescate -constantemente amenazado por el fuego, el estado terrible de los heridos y la posibilidad de nuevos derrumbes-, uno de los bomberos quiso saber el nombre de Karnes, para dirigirse a él. “Sargento mayor David Karnes”, respondió el marine. “¿No tiene un nombre más corto?», inquirió el rescatador. “Sí, pero usted puede llamarme sargento”.

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